Hogar, dulce hogar
"Hogar, dulce hogar". Seguro que todxs o muchxs pensamos en esta frase cuando regresamos a casa después de un tiempo, sea más breve o más largo.
Viajar es una afición que, generalmente, gusta a las personas. Conocer otras ciudades, contemplar sus monumentos, visitar sus museos, probar su gastronomía, relacionarse con su gente, aprender sus costumbres... son experiencias que enriquecen al ser humano. Lo mejor de todo es que se produce una desconexión total de la rutina y nos trasladamos a otro mundo, como si no tuviera nada que ver con nosotrxs lo que suceda en nuestra ciudad. Sólo importa el lugar donde estás y lo que conlleva permanecer allí.
Viajar nos pone a prueba. He podido comprobar en mi último viaje tras pasar por algunas ciudades, casas, hoteles, habitaciones, camas, baños... que el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación. No importa que la primera impresión sea negativa. Al cabo de las horas te has familiarizado con el lugar y, al día siguiente, ya te has adaptado. Incluso sientes lástima cuando la estancia finaliza. "Ahora que me había acostumbrado..." Sí, eso era lo que pensaba: "Ahora que me había adaptado a este lugar toca cambiar de ciudad y adaptarse a una nueva cama, una nueva ducha, una nueva casa...". Creo que las personas somos tiquismiquis de primeras, especialmente con las habitaciones y los baños. ¿Dónde vamos a dormir mejor que en nuestra cama? ¿Dónde vamos a lavarnos con mayor seguridad que en nuestro baño? Pero te acostumbras. Te acostumbras aunque la habitación no te guste, aunque la cama sea ruidosa y aunque el baño dé cierta grima. Creo que eso es estupendo. Me gusta que el ser humano tenga integrada esta capacidad de adaptación puesto que, sin ella, no seríamos capaces de viajar y de alejarnos de nuestra zona de confort.
¿Pero qué ocurre cuando llevamos cierto tiempo en una ciudad o país ajeno? Los paisajes pueden ser preciosos, las personas que nos rodean pueden ser amables, la comida puede estar rica... sin embargo, quizás no nos sentimos 100 % a gusto. No nos sentimos "como en casa" y a mí me ocurre que en los últimos días apetece regresar o, aunque no tenga especiales ganas de volver a la rutina, no me importa que acabe mi estancia porque ya he visitado la ciudad, he hecho un montón de fotos y he conocido lo que me interesaba.
¡Y qué agradable sensación cuando pisas tu tierra! Sientes el clima, observas a tu alrededor, recorres las mismas carreteras o calles... y ya vuelves a estar "como en casa", a pesar de no haber llegado físicamente a ella. A veces pasas sólo cuatro días fuera y, al llegar a casa, parece que ha pasado mucho más tiempo. Incluso te encuentras con algunos cambios. Y piensas frases del estilo "Como en casa, en ningún sitio".
Permanecer varios días o semanas fuera de casa viene muy bien. Las personas deberíamos hacerlo cada cierto tiempo, antes de que la (malvada) rutina nos devore. De esta forma también apreciaríamos más nuestra casa y lo que hay en ella, así como lo cotidiano que aborrecemos antes de irnos de viaje. El inconveniente es que se depende de la economía para disfrutar de dicha afición...
Viajar sienta bien. Permanecer un tiempo en una ciudad o en un país extranjero sienta bien. Sin embargo, nuestra casa es nuestra casa. La comodidad y la tranquilidad que encontramos en ella no será la misma en otro lugar. "Hogar, dulce hogar".
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