Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?



En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! Para un caballo que poseíais y se os ha marchado.” Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”


Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! No sólo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis uno nuevo.” Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”

Sólo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! El nuevo caballo está gafado y maldito. ¡Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!” Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”

Tres semanas después el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, a excepción del hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más, le dijeron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no hubierais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por éste, tu hijo ahora no estaría herido. ¡Es increíble lo afortunados que sois! Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra.” Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”





Relato extraído del artículo "Los problemas no existen" redactado por el escritor
 Borja Vilaseca

Comentarios

  1. Luis Manteiga Pousa17 de enero de 2023, 23:39

    Efectivamente, no sabemos, o casi, las consecuencias ni de lo que hacemos ni de lo que nos ocurre, nos falta perspectiva histórica. Por lo menos en este plano de la realidad.

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