Un monstruo viene a vernos

No. No voy a escribir sobre la nueva película de Juan Antonio Bayona, sin embargo, sí voy a escribir sobre la idea principal que extraigo de ella. La idea del monstruo.




El monstruo es subjetivo. No se presenta de la misma forma en todas las personas. En la película, así como en su libro homónimo, el monstruo se representa mediante un árbol. Pero no tiene por qué ser un árbol para todos/as. Podría ser también un pez, un demonio, una araña... Al fin y al cabo ese "monstruo" es la representación imaginaria de nuestros mayores miedos o de aquello que nos afecta en el día a día. 

Monstruos tenemos muchos. Incluso las personas más alegres y sonrientes tienen monstruos. Monstruos que intentamos no molestar, pero que los llevamos siempre con nosotros/as. Monstruos que sorprenderían a los demás si supieran de ellos. Es un gran descubrimiento conocer los miedos de otra persona y que te resulte totalmente contradictorio ante su aparente personalidad. Qué misterio aquello que esconde una sonrisa, qué misterio aquello que esconden unos ojos... siempre pensando que una sonrisa es sinónimo de felicidad, cuando muchas veces es la máscara de nuestro pesar; siempre pensando que unos ojos son solo el medio por el que observar, cuando ellos son los que gritan todo lo que intentamos ocultar. 


Cómo engañan las apariencias. ¿Somos falsos/as? ¿Vivimos en una sociedad donde se asocia el llanto con la debilidad y la sonrisa con la valentía? Me decanto más por lo último. Gracias a la educación emocional que no hemos recibido, nos hemos convertido en prisioneros de nuestras emociones. Prisioneros de nuestros miedos. Prisioneros de nuestros monstruos. Prisioneros de nosotros/as mismos/as. ¿Por qué hemos de ser como el fantasma que arrastra la cadena y el grillete?


A veces nuestro monstruo tiene nuestra cara y nuestro cuerpo: somos nosotros mismos. Somos nuestro peor enemigo. Qué gran papel cobran en esta cuestión los pensamientos, esas raíces que se sujetan bien a la tierra para que no salgamos de la zona de confort. "El hombre es el lobo del hombre" decía el filósofo Thomas Hobbes. No hay nada más limitante que la información negativa que somos capaces de darnos y que, incluso, nos creemos. No hay nada más limitante que crecer en un entorno negativo que te hace creer lo que no es y que te convierte en un mero espectador de la vida.


El monstruo es abstracto. He visto monstruos representados en dibujos como un ojo, un camino negro, un árbol colorido cuya tierra y raíces son oscuras, un individuo encerrado en una caja... He visto monstruos materializados en un pulpo, en botellas de plástico de diversos colores o aplastadas, en personas de plastilina frente a un espejo... A veces no existe un solo monstruo, sino varios. Yo los imagino como puntos o agujeros negros. Resulta difícil deshacerse de ellos. Algunos son tan profundos que llegan a conectarse con los otros. En realidad, están todos interrelacionados. Sin darme cuenta, me hallo en un círculo vicioso del que no sé cómo salir. Como si de un laberinto se tratara. ¿La respuesta? La evasión. Evasión a través del dibujo, de la escritura, de la lectura, de la música, de los videojuegos... para gustos, colores. No importa cuál. Lo que importa es abstraerse de la realidad.

Y qué malos pueden ser esos monstruos que no sólo afectan emocional o psicológicamente, sino también físicamente. Nudos en la garganta, presión en el pecho, bola de nervios en el estómago... Pero yo sé algo: todo tiene un límite. Lo sé. Más tarde o más temprano, explotaremos. Entonces ahí nos convertiremos realmente en un monstruo. Nos tomarán por locos/as. No habrán visto lo que se veía venir. Somos más lo que callamos que lo que hablamos. Teoría del Iceberg. Poco lo que se muestra, mucho lo que se esconde. 

Explotaremos. Seremos Conor O'Malley corriendo por el comedor del instituto hasta agarrar a quien le hace sufrir. Y darle de hostias. Porque somos seres humanos. No somos universales. Porque no es bueno aguantar tanto. Porque reprimir las emociones tiene un precio. Porque, en el fondo, conviene aliarse con nuestro monstruo para resolverlo.





Hasta entonces, seguiremos siendo los dueños de nuestra propia muerte en vida.

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